La compañía teatral La Zaranda ha llevado a los escenarios de manera magistral, combinando un cóctel perfecto de humor ácido, tristeza y reflexión, la vida y andanzas de un colectivo de seres humanos que habitan en la negrura más infinita, donde nunca sale el sol, donde nunca cruza el espacio ningún rayo de esperanza, donde tierra, cielo y seres circundantes son o enemigos, o sombras esquivas que les rehuyen, que les dan la espalda, como enfermos contagiosos, monstruos a los que no mirar a los ojos.
Seres donde la losa de la derrota sólo les permite un arrastrar por la existencia, sin saber hacia dónde encaminarse, sin manos cálidas que les sostengan, con un pasado cada vez más brumoso al que tampoco pueden ya acogerse, rotos los lazos con una humanidad que aparentemente se siente ajena a ellos pero que, en lo más profundo de su alma siente un gélido pavor, pues lo único que los separa de ellos es una nómina, un pequeño sueldo. Y ese terror está ahí, invisible y acechador, como los fantasmas de la infancia, de las noches de insomnio en que cualquier ruido nos sobresaltaba pensando que algo de otro mundo se dirigía a nosotros desde las sombras.
Tres mendigos recorren las calles, buscando sobrevivir, refugiándose en las penumbras de las estaciones y portales, revolviendo la basura, haciendo cola para recibir un poco de comida, a veces torturándose por lo que pudo haber sido y no fue, alguno aún esperando salir pronto de la pesadilla .
Hombres desterrados de una sociedad inhumana, que a veces miran y gritan a ese cielo que les manda las peores inclemencias, deseando a veces la muerte,que la parca les dé la mano negada por otros; a veces la ayuda de Dios, ese ser que parece ajeno a la suerte de sus criaturas, ese enigma al que unas veces se ama y otras se odia, a veces refugio y otras ente contra el que bramar, contra el que levantar el puño observando lo alto estrellado por su abandono, por su silencio infinito.
Hermanos que llegan a aventurarse por las cloacas, lugares donde van a parar los detritus de empresas, ministerios, multinacionales, centros comerciales, bancos, centros de la cultura oficial, teatros de vanguardia. Crítica contundente a todas las formas de poder, a la ideología del éxito frente a la fe.
Y al final, un pequeño relámpago de esperanza, un erguirse de la dignidad, una llamada a la lucha lúcida, aquella que es consciente de la derrota, que en el teatro de nuestras vidas siempre se acaban imponiendo los poderosos, pero que con todo es en la rebeldía, en el alzarse, donde se muestra lo realmente humano.
Una pena el poco tiempo que esta joya que recorre basureros, cloacas, fríos, miedos, calles sin luces ni fin y desesperanza ha estado en cartel. Merecería mucho más, el suficiente para reconocer nuestros miedos, nuestro abandono,nuestra cobardía de derrotados sin lucha.
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