sábado, 9 de febrero de 2019

Venezuela: la extensión del conflicto mundial y la verdadera naturaleza de la Modernidad

Antes de manera intermitente, y muy recientemente de manera fija, Venezuela se sitúa al fin como nuevo punto en el tablero de la lucha geopolítica entre las tres principales potencias, que han llevado al mundo a una evidente y nueva Guerra Fría.

Sin olvidarnos, por supuesto, del drama que afrontan los hermanos venezolanos, ante una política económica ruinosa y demagógica, una especie de estatalización patrimonialista y saqueadora del chavomadurismo, que ha organizado una suerte de narcoestado donde se ha enriquecido enormemente  la oligarquía dirigente en nombre de la revolución y el socialismo-mandos militares, miembros del Partido , policía...-  es desde el punto de vista geoestratégico  donde me gustaría centrar el análisis.

Con toda probabilidad la operación de la oposición, con el apoyo norteamericano, llevaba tiempo fraguándose .Su puesta en marcha para lograr el reconocimiento internacional ha sido muy cercana en el tiempo, curiosamente,  con la noticia del apoyo militar ruso al régimen madurista, fundamentalmente el envío de caza-bombarderos Tupolev, que pueden llevar carga nuclear. También está por medio el apoyo económico de China a Venezuela, pues no olvidemos que China está expandiendo su presencia económica por todo el globo, incluyendo Latinoamérica.

Estados Unidos, derrotado en Siria y en otros países, queriendo retirarse de algunos de ellos-quizás un repliegue táctico y temporal por el costo económico enorme de su presencia militar, que además no ha dado frutos-, necesita, de una parte, un desquite, de otra no puede permitir la influencia rusa en países muy cercanos, ni mucho menos la amenaza nuclear al lado, como quien dice, de sus fronteras. 

De ahí viene, en mi modesta opinión, la aceleración del proceso opositor frente al autoritarismo madurista.



Hay algo que nos llama mucho la atención de este conflicto, con riesgo de saltar de regional a mundial. Y es que los dos bandos enfrentados buscan el apoyo del ejército para triunfar. Quizá poca gente haya caído en que este llamado a la colaboración de las Fuerzas Armadas nos muestra, pese al velo que la Modernidad ha impuesto sobre ello, dónde reside en última instancia el poder: en los tanques, los misiles, las metralletas .

Se nos vende la imagen de la Modernidad como la era de la Razón, la justicia, la libertad, la igualdad, los derechos humanos, la democracia, el debilitamiento de las autoridades frente a los individuos y la sociedad civil, cada día más autónomos y emancipados.

Pues bien, este relato, un tanto simplista por mi parte si se quiere, pero más o menos con el que nos movemos, el que nos venden, salta por los aires con sólo mirar un pequeño país del mundo. La Modernidad, en su esencia, es la expansión tentacular de los poderes estatales y del capital, la conquista progresiva y lenta, pero sin fin a la vista , gracias al desarrollo tecnológico- que no es una herramienta neutra, sino que responde a los intereses de quienes nos gobiernan-, de las conciencias individuales, la propaganda  y el adoctrinamiento, el achatamiento de la imaginación de otra sociedad, de vislumbrar otras formas de vida. Y es, por tanto, la militarización, aunque ahora resulte en parte del mundo-la nuestra- menos visible, al no ver  golpes de estado como antaño y, por tanto, dar la sensación de que el peso y la influencia de lo militar en el devenir de nuestras sociedades es casi inexistente.

Alguien podría pensar que el caso venezolano es muy particular, y que no debe generalizarse. Pero recordemos cómo hace escaso tiempo nuestro gobierno, gobierno de coalición de izquierdas y que hace bandera del feminismo, hacía público el incremento del gasto militar; lo cual, por cierto, me reafirma en mi tesis de que el impulso institucional y del capital al feminismo tiene, entre otros objetivos ,como explotar y sacar el mayor dinero posible a la población en una etapa de crisis sistémica y dividir a los oprimidos por sexos, dificultando cualquier unión colectiva, tener la opción de movilizar a las mujeres junto con los hombres en el caso de que  estalle el conflicto mundial. 

Estamos, nos guste o no, en una fase clara de rearme, de militarización y renuclearización del mundo. Con una novedad significativa. Y es que si América Central y del Sur estuvo prácticamente ausente de los dos grandes conflictos que sacudieron el mundo ahora, por desgracia, puede verse afectada de lleno, especialmente el área del caribe. Aunque esperamos que Venezuela no acabe convertida en una nueva Siria, guerra donde se entrecruzarían los conflictos nacionales, regionales y mundiales.

Casi todo la tierra se ha convertido en terreno posible de un incendio, sin que parezca asomar ninguna reacción. Lógico, al desaparecer el imaginario revolucionario, volatilizado en los sesenta, a lo sumo principios de los setenta, con Mayo del 68 como símbolo del canto del cisne.

Directa o indirectamente hemos aceptado ir a rebufo de los gobernantes locales y las potencias imperialistas, sin poner en duda las raíces del sistema de alienación, a lo sumo proponiendo algunas reformas que la crisis de acumulación y beneficio del capital hace inviable, aunque se nos venda como realista y pragmáticas: rentas básicas, trabajo garantizado, o votar a nuevas opciones políticas.

Pero aceptar ir a rebufo, ser un actor secundario en el guión, implica aceptar que somos desechables, liquidables. Si eso sucediera, no podríamos lamentarnos de nada, al haber aceptado participar de un juego con las cartas marcadas en beneficio de las clases dirigentes, y por tanto con final previsible para nosotros, los don nadie, los que pensamos que siempre iban a dejarnos tranquilos disfrutando de pequeños placeres mundanos, que el enriquecimiento y las clases medias no eran un paréntesis en la historia, permitido por circunstancias pasajeras excepcionales.

Necesitaríamos retomar una conciencia de clase autónoma, de aceptación de lo que somos, mercancías de usar y tirar,  para transformarlo , reelaborando un proyecto de autonomía comunitaria   y de lucha interior espiritual para hacerse digno de un nuevo ideal, de una cosmovisión superior a la actual. De esa manera lograríamos tener los oprimidos una línea propia e independiente de los dictados de los Estados-nación, de las naciones imperiales, de los partidos e ideologías aparentemente opuestas, que no tienen más fin que considerarnos una masa de votantes y consumidores hedonistas a los que distraer y engañar.

De lo contrario, parece que podríamos asistir como espectadores pasivos a la conversión de la Tierra en campo de batalla. Rezando, antes de llegar a eso, para que los gobernantes, temiendo por sus vidas, su poderío y sus fortunas, no cometan la locura de embarcarse en un conflicto mundial de consecuencias nefastas, también para ellos.

En realidad, eso es hoy la única esperanza que se escucha de nuestros labios.

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