Un huracán de amor y odio, ataques crueles y despiadados a la yugular e instantes de reencuentro. Momentos donde parece que todo cae, todo se desploma para siempre, y otros donde parece amanecer y amainar la gigantesca tormenta.
Hermanas, obra que puede verse en el Kamikaze, nos muestra un brutal combate entre dos seres unidos por lazos de sangre, condenados a odiarse y amarse en una pelea sin fin. Una infancia marcada por dos padres sumamente cultos e intelectuales, que, sin pretenderlo, marcan la vida de sus dos hijas, que buscan convertirse en dos gotas de sus progenitores, estar a la altura de su talento.
De ahí arrancan los traumas, los bloqueos emocionales, el autocastigo, el autoodio, enmascarado en un rechazo visceral a la hermana, a la que se considera objeto de atención privilegiada de los dos padres talentosos y a la que, por tanto, se culpa de los fracasos, la insatisfacción, los naufragios psicológicos, en un intento de compararse una a otra en sus logros.
Una competición por ver quién brilla más, quién es más competitiva, que supone la caída de ambas cuesta abajo y sin frenos en un torbellino de furia, de ensañamiento, de escupirse y arañarse una a otra directo al corazón, a los sentimientos. Un combate de boxeo de golpes que parecen interminables, hasta que el destello de un recuerdo infantil, de unos instantes de verdadera hermandad, parece apaciguar y poner fin, hasta que algo hace volver a vomitar toda la ira y la rabia.
Hay un pero en la obra, que para mí está cerca de hacerla naufragar, de convertir una representación magistral, que no da respiro, de dos actrices que se mimetizan plena y perfectamente con sus personajes. Y son los momentos en que se usa un lenguaje, unas palabras hipercultas, algo que, pese a la cuna familiar en que han crecido, acostumbradas a la perfección, a importancia del lenguaje, de la belleza estilística, no resulta natural, pues nada más natural que lo bajo, lo soez, o no lo reflexionado, lo no masticado, en las explosiones de ira.
Pero la obra resurge y vuelve a brillar cuando retornan los momentos de disputa dialéctica natural, al nivel de calle, donde todo vuelve a resultar inteligible, y las dos hermanas se nos hacen seres naturales, que se disputan cuál de las dos fue más cruel con la otra, cual de las dos marcó con doloroso hierro candente y marca inextinguible el alma de la otra.
Si pueden, les recomiendo que no se la pierdan. Disfrutarán de dos espíritus condenados al amor y al odio, condenadas a seguir juntas, y, a la vez, podrán reflexionar sobre las raíces infantiles de muchos de los traumas, problemas y complejos que asolan nuestras mentes, esos demonios que nos persiguen sin apenas descanso por las calles y laberintos de nuestras vidas, siempre amenazando con alcanzarnos y golpearnos , y que, una vez hemos caído en el barro, nos zarandean hasta que logramos zafarnos de sus tormentos y proseguir la carrera, carrera que finaliza cuando nos extinguimos, cuando ya nada ladra en nuestro cerebro y reina por fin el silencio, la calma, el mero latir relajado del Universo.
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