sábado, 6 de abril de 2019

El evangelio marginado

Interesante libro en el cual su autor, un teólogo, José María Castillo,  hace un recorrido histórico del cristianismo, buscando las raíces de su progresiva degeneración hasta llegarse a convertir en lo que es, mayoritariamente, hace mucho tiempo: una fe, una religión, que vive de espaldas e incluso en contra de lo que debiera ser su libro inspirador, el Evangelio.

El cristianismo más auténtico, el que debe basarse en El Evangelio implicaría más que una fe, el seguimiento de Jesús. Es decir inspirarse en su vida, en su predicación. Y esta se situaba, evidentemente, al lado de los pobres, los marginados, los excluidos, los sin poder .

¿De dónde viene, por tanto, que el cristianismo acabara convertido en un sistema de poder, de acumulación de riquezas, de adoctrinamiento para hacernos creer en gobernantes y poderosos?. El libro rastrea los comienzos del cristianismo y señala varias causas: primero, la no existencia de los escritos evangélicos durante un tiempo prolongado, hizo que no pudiera saberse con mayor exactitud qué propugnaba Jesús de Nazaret. Segundo, la falta de templos provocaba que los primeros cristianos se tuvieran que reunir en casas. ¿En que casas podían tener lugar estas reuniones?. En hogares amplios, por tanto en hábitat de personas ricas. Aquí comenzaron ya las primeras fracturas y enfrentamientos.

En tercer lugar, la figura de San Pablo. Si bien es cierto que fue un personaje fundamental en la extensión mundial del cristianismo, no conoció a Jesús, y su visión menospreció el Jesús humano, de carne y hueso, el que se hizo humilde y vivió con los humildes, denostando el poder, el dinero, los poderosos, llegando a morir en la cruz, como un proscrito, un delincuente; ensalzando un Cristo más despegado de lo terrenal, más divino, más abstracto, más neutral, eliminado para hacer triunfar su figura todo lo que de recuerdo peligroso para el Imperio y sus instituciones tenía.

En esa operación Pablo tuvo un enorme éxito, pero contribuyó a ocultar lo que debiera ser un cristianismo real, sentando las bases para lo que vino después. Entre el siglo IV y VI después de Cristo la religión cristiana primero se convierte en religión oficial del Imperio, pasando, esto no lo dice el autor, de perseguidos a persecutores, para en poco tiempo ser  casi totalmente integrada en las instituciones imperiales. También, por supuesto, muy pronto se desarrollaron en su interior una serie de cargos y jerarquías, que dinamitaron un mensaje según el cual los seguidores de la figura de Jesús debían constituir comunidades basadas en el servicio al prójimo, sin mandos, sin buscar poder ni riquezas, sino compartiendo y llevando una vida sencilla y frugal, la que corresponde a sirvientes del otro.

Es decir una sociedad del amor, en la cual todos son uno, todos se apoyan mutuamente. Todo esto con el Papado, los obispos, el sacerdocio y demás cargos se rompe, no sin resistencias y rechazos de creyentes, algunos de los cuales se marcharon a  los desiertos a llevar una vida más acorde con El Evangelio.

En mi opinión hay otro causa de la degradación, más profunda, de la que no se habla en el ensayo. Y es que en la fe religiosa, y el cristianismo también lo era en parte, además de un seguimiento de Jesús, las personas suelen buscar una esperanza de vivir más allá de la muerte del cuerpo físico. Esto se acaba convirtiendo en el centro, la base y el núcleo de cualquier religión. Lo que arrastra consigo que el ideario social, económico, moral y político que haya detrás, que en el caso del Evangelio existe y es claro, con independencia de la opinión personal que se tenga, desaparezca en gran medida, quedando reducida la fe a una serie de rituales, de normas vacías de sentido, de repeticiones de  oraciones y textos que no llegan, ni provocan ningún movimiento interior en las gentes. También en un moralismo que ponía la pureza por encima de la justicia, convirtiéndose por tanto en una nueva forma de fariseísmo, como aquellos que maquinaron para matar a Jesús.

Diferentes circunstancias, por tanto, provocaron el ascenso de un cristianismo ficticio, ajeno al Evangelio, apegado a ricos y gobernantes, sostenedor del orden político y del dinero .

¿Hay solución?. Quizá ya no. De existir esta, ¿como debería ser una fe cristiana nueva?. Leyendo el evangelio, la primera línea del cristianismo, las personas con más coherencia, valentía y coraje, debieran ser como Jesús y sus discípulos, comunidades errantes dispuestas siempre a hacer el bien, a predicar con el ejemplo, a vivir como siervos de los demás, ajenos a las tentaciones materialistas, de mando, éxitos, dineros y glorias mundanas.



La segunda línea, por decirlo de alguna manera, debiera constituir una suerte de fraternidades en los diversos ámbitos de la vida, del barrial al laboral, inspirada en el amor, es decir también en dar la mano a los otros, y en luchar por una nueva sociedad, donde la explotación del hombre por el hombre, la dominación, la mercantilización y cosificación de las personas, vaya desapareciendo para dar paso, poco a poco, a una sociedad cercana a la visión de ese libro marginado y olvidado por la mayoría de creyentes.

Tengo que reconocer que desde hace un tiempo, reconociendo el fracaso de tradiciones en las que me he formado, especialmente el anarquismo y el anarcosindicalismo, he llegado a la conclusión de que la base de una nueva forma de vida, de organización social, ha de ser espiritual, y un nuevo cristianismo podría jugar un papel importante. Sin esa espiritualidad, por supuesto unida a lo material, pues no debe darse una ruptura entre ambas realidades, mutuamente entrelazadas, las transformaciones sólo beneficiaran a una nueva y pequeña minoría, como siempre ha sido hasta ahora. Nunca saldremos de esa rueda infernal en que se suceden los tiranos y opresores, con nuestro consentimiento y beneplácito.

También creo, para terminar, que si el cristianismo no da un cambio radical, alentando otros caminos, otra forma de vida, su destino será su desaparición, ocupando su lugar otra espiritualidad, quizás mejor, pero quizás mucho peor.

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