domingo, 28 de abril de 2019

La revolución interior

La editorial Errata Naturae ha publicado en fechas recientes un texto inédito en castellano de Stefan Zweig, escritor exiliado de la Alemania nazi y que se dio muerte a principios de los años cuarenta, sobre el pensamiento de Tolstoi.

En dicho libro, junto a un ensayo donde opina sobre el Tolstoi más desconocido por todos, el Tostoi radical que unía una búsqueda espiritual y profunda de un sentido de la vida, tras una feroz crisis que le llevo a replantearse su existencia de Conde, rodeado de lujos y existencia acomodada y que le hizo pensar en el suicidio; cosa que descubrió en el Evangelio, abrazando un tipo de cristianismo libre, ajeno a Iglesias y dogmas junto a una fuerte crítica a las estructuras sociales, políticas y económicas.

Desde la propiedad privada absoluta, al Estado, las leyes y todo su aparato represor, incluidos los parlamentos. Defendiendo, sin embargo, frente a los revolucionarios de su época que la verdadera transformación no podría darse por la violencia, las bombas o los atentados, sino que era fruto de una revolución interior, de un cambio en la conciencia moral del individuo, siguiendo, entre otros, a Thoreau, pensador al que apreciaba.

Junto a esto La revolución interior incluye relatos del célebre autor ruso, incluyendo un cuento inédito, y fragmentos de obras suyas. Quien quiera acercarse al pensamiento más oculto de Tolstoi tiene en este libro una obra imprescindible, que expresa un ideario que no tuvo apenas desarrollo real, más allá de algunos grupos tolstoianos centrados en Rusia y Bulgaria fundamentalmente, aunque sí influyó mucho a su vez en Gandhi.



Sin embargo Lev Tolstoi acertó, en mi opinión, considerando el cambio interior como la base de la transformación social. Erró, sin embargo, también en mi opinión, en no ver tan claramente la necesidad de la acción colectiva para ese cambio, que sólo el mundo interior no vale, pues se puede acabar cayendo en una especie de moralismo autocomplaciente y juzgador del prójimo.

Y también quizás, sólo quizás, porque la lucha colectiva abre la posibilidad al peligro de la violencia. Algo que siempre será una desdicha, una desgracia, pero que frente a quien como él creía en la no violencia absoluta, incluso en que los opresores y explotadores se convencerían por sí solos de la necesidad de renunciar a su autoridad, a sus privilegios, la realidad, hasta hoy, no ha cumplido sus expectativas.

Podemos decir que, de momento, tanto la violencia como la no violencia han fracasado en sus esquemas de cambio revolucionario, cada una por motivos evidentes. Quizá en algún momento aparezca una nueva generación de revolucionarios que entienda la revolución como algo que va del interior al exterior, de la célula al organismo, de lo pequeño a lo grande, inspirados en el equilibrio del Cosmos, de todo organismo vivo.

Que admita que la violencia es un fracaso, pero reconozca que en la complejidad de nuestras existencias o de las sociedades en que vivimos, de esos sistemas terriblemente destructores que hemos creado, uno, el capitalismo, destructor de espíritus, otros, como el comunismo y el fascismo destructores de almas y cuerpos, un grado de violencia defensiva, pero que marque claramente el límite entre esa violencia y la represión, el terror, los ríos de sangre, la pena de muerte, sea necesaria.

Sólo el futuro dirá si alguna vez nace un pensamiento revolucionario que sueñe, no tanto con la destrucción y la tabla rasa bakuniniana o los ríos de sangre de la guillotina jacobina o la Checa de Lenin y Trotsky, sino, parafraseando a Hannah Arendt, el tesoro perdido de todas las revoluciones de distintos colores y signos fracasadas una tras otra-española incluida-, que en mi opinión es el reencuentro, la reunificación del ser humano, venciendo la división y explotación de clases, abriéndose a la libertad como no dominación así como venciendo los temibles Estados-nación, y el monstruoso y sibilino sistema de partidos, elemento divisor en beneficio de una clase de cínicos oportunistas y vividores a nuestra costa, que hoy celebran esa cosa tan repelente llamada "fiesta de la democracia", donde millones de parados y esclavos asalariados, muy probablemente carne de cañón literal en la matanza mundial por llegar, o en el mejor de los casos simbólica pero también dolorosa, de la nueva crisis del Capital y su cohorte de estragos, acuden en tropel cual rebaños esperanzados  a las trampas de las urnas.

Para adolescentes y jóvenes, antes de su perdición total en las fauces del sistema actual, la lectura de La revolución interior puede ser un antídoto contra el Leviatán, junto con otro puñado de autores condenados a la marginalidad, como Simone Weil, entre otros. Espero que alguna vez los descubran y puedan zarandear al mundo para despertarle de su continuo sueño .

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