sábado, 6 de julio de 2019

La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora

Por fin nos encontramos ante un libro crítico, y muy bien reflexionado, sobre una de las banderas del mundo occidental actual: el culto a la diversidad. Y cómo ésta, que en sí no es negativa, ha sido impulsada por el neoliberalismo para crear múltiples identidades competitivas entre ellas, que favorecen el individualismo, disuelve la separación de clases  y oculta la explotación económica creando una especie de mercado donde las personas pueden agarrarse a algunas de las numerosas identidades que se presentan, intentando remarcar sus diferencias con los demás, cuando, además, pese a este mercado de lo diverso, no dejamos de encontrarnos en sociedades mucho más uniformizadas de lo que pensamos, especialmente en su pensamiento conformista o de falsas rebeldías identitarias.

El autor, Daniel Bernabé, nos lleva al triunfo de Reagan y  Margaret Thatcher, especialmente esta última, como pistoletazo de salida de la trampa identitaria al menejar un discurso que elogiaba la desigualdad frente a la uniformidad del mundo obrero. También, junto a ellos, antiguos exhippies o revolucionarios del 68 que, ante el fracaso de sus sueños subversivos, se refugiaron en un discurso de cambio interior, de repliegue hacia sí mismos, de abandono de la acción colectiva, lo que acabó desembocando en la situación actual: el olvido de lo que nos une como explotados, parados, precarios, empobrecidos, frente a un discurso que ensalza el género, lo sexual, lo ecológico...de tal manera que, desgajado de esa autopercepción como clase obrera o trabajadora, acaba por servir al capitalismo.

Uno de los aspectos más interesantes del libro es la comparativa que hace de películas y series de los ochenta, marcados todavía por una presencia de conflictos de clases, con protagonistas o temáticas que tocaban lo social, como por ejemplo Anillos de oro o Turno de Oficio, con otras de los noventa, como Médico de Familia, con personajes de clase media o media alta, que habitan grandes chalets, en zonas residenciales lujosas, con trabajadores como una criada andaluza ignorante y chabacana, sin personalidad fuerte o profunda, sin ideas propias.

En las series y películas puede verse el triunfo de la idea aspiracional a ser clase media, o a creerse clase media, aunque no sea el caso. Desaparece, por tanto, la aspiración obrera. Eso sí, empezamos a ver personajes homosexuales, de color, feministas..., pero alejados, en general, de conflictos laborales, de las miserias del trabajo o su ausencia.

Aquí aparece ya el mercado de la diversidad, donde se supone que todo gay, toda mujer, toda minoría racial, debe pensar igual, centrando sus preocupaciones en sus problemáticas de género, como si los gays, los negros o las mujeres no sufrieran la explotación o la exclusión social.

Todo este culto a la identidad se ha convertido en central en las fuerzas de izquierdas. Lo que ha provocado un rechazo en la población, digamos ,"normal", es decir blanca y heterosexual, que no se siente identificada con esas banderas, sintiéndose también olvidada, acercándose, a veces,  a la extrema derecha. Extrema derecha, que, por cierto, también hace bandera de algunas cosas de esa política de la diversidad, siendo algunos de sus líderes mujeres, veganas y ecologistas, por ejemplo.



El autor, y yo coincido plenamente con él, sin menospreciar la defensa de los derechos de sectores de la población antaño sojuzgados, y que lo siguen siendo en parte del mundo, como los homosexuales, considera que su defensa debe englobarse en la defensa de su identidad de clase, de explotados; es decir poniendo en el foco el conflicto capital-trabajo. De lo contrario, como sucede, les hacen el juego al capitalismo, nutriéndose de sus valores, de su competitividad, de su individualismo atomizador.

El activismo vacío actual de la diversidad ,meros fuegos artificiales inofensivos o útiles a los poderosos, debe dar paso al regreso de la acción colectiva, a las ideas fuertes, al rechazo a convertirse en un tenderete mercantilista donde se venden diversidades múltiples y frágiles, que no ayudan a entender dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos si continuamos enganchados en la trampa de la diversidad. Diversidad que, por desgracia, no es de pensamiento, de poner en duda de abajo arriba el sistema imperante. La diversidad que realmente necesitaríamos para afrontar los grandes peligros que nos acechan.

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