lunes, 26 de julio de 2021

La alegría del autillo

 Uno siempre ha querido y admirado a los seres de la noche, fundamentalmente búhos y murciélagos, no muy bien vistos por la mayoría de la gente, especialmente los segundos. Los murciélagos abundan en nuestros barrios, pueblos y ciudades, y de niño hasta la adolescencia me asomaba a la ventanas, en el crepúsculo, a observar su vuelo, sus giros acrobáticos en busca de insectos. Su sonar, su sistema de ecolocalización, me resultaba fascinante, y siempre que podía me compraba libros de animales donde aparecieran los quirópteros.

Los búhos, claro, eran harina de otro costal. Me conformaba con leer sus nombres, sus costumbres, sus hábitat, pues no esperaba verlos ni escucharlos donde vivo. Muy ocasionalmente, cierto, al habitar un barrio con numerosos árboles y jardines, soñaba con un encuentro sorpresa.

Pero, casualidad o no, últimamente, ese pensamiento, ese sueño, se había reforzado, y cuando caminaba en fechas recientes por el barrio, Santa Eugenia, me ilusionaba con que, quizás, algún día, toparía con alguno de ellos. Y justo hace unas semanas, al volver de madrugada del cumpleaños de mi hermana mayor, arrastrándome con las muletas, una condena en pleno verano, oí el canto de un ave nocturna.



Al principio no me lo creí, escuché más atentamente su llamada pero tuve que reconocer para mis adentros, con gran alegría, que se trataba de un búho. Un modesto sueño se cumplía y un rayo de felicidad pasajera, como toda felicidad, ocupó mi alma. Con posterioridad he vuelto a escuchar su aflautado canto de cuando en cuando, no todas las noches, pero si las suficientes para dar la bienvenida a un nuevo vecino muy querido al barrio. 

No sé si el autillo, que tras escuchar diversos sonidos y reclamos de distintos búhos en internet, descubrí que se trata de la mencionada especie, se ha empadronado en Santa Eugenia, teniendo como casa algún hueco de algún árbol, o es un visitante volador de otra zona, un aventurero o aventurera.

Pero el compañero noctámbulo ha alegrado mis noches, siempre esperando oírle, afilando el oído y henchido de gratitud a la Naturaleza, a la Divinidad creadora del Cosmos, cuando se hace notar su presencia. Y es que no hay mayor alegría que se hagan realidad los sueños sencillos, aquellos que se conforman con los regalos inesperados que nos ofrecen los amigos animales que comparten, a veces visiblemente, otras más ocultamente nuestras vidas, a nuestro lado, aunque a la mayoría les sean indiferentes.

Bienvenido amigo autillo, solo te deseo lo mismo que has creado en mí, que una pequeña luz lunar de ilusión y alegría acompañe tu vida, en nuestro barrio, a poder ser, o en otro. Suerte y, espero, hasta pronto.





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