domingo, 24 de marzo de 2024

Simone Weil. Filosofía del trabajo y teoría crítica social

En esta ocasión quisiera recomendar un interesante ensayo de José Luis Monereo Pérez, un catedrático español, sobre el pensamiento, especialmente el que desarrolló en relación al mundo laboral, de Simone Weil.

Tengo que reconocer que soy un seguidor y admirador de las ideas y vida de tan singular mujer, alguien que vivió solo 34 años pero que reflexionó sobre múltiples temas, aparte de participar activamente, jugándose la vida a veces, en las convulsiones sociales de su época.

 En este blog he comentado y recomendado varios de sus escritos, y este es una más. En Simone Weil. Filosofía del trabajo y teoría crítica social, aparte de una somera biografía, el libro desmenuza sus ideas sobre la necesidad de emancipación de la clase obrera, sometida a un trabajo deshumanizador y destructor, especialmente en las fábricas tayloristas, donde aparte de la subordinación a la dirección, lo era también a la maquinaria, y a un proceso productivo fragmentado que escapaba a su conocimiento y control.

Es por eso que Weil, frente a la vulgata marxista y revolucionaria en general, que pensaba la liberación en la propiedad colectiva consideraba que el cambio de propiedad no iba a suponer la emancipación de los trabajadores, sino el cambio de amos, incluso un empeoramiento de la opresión, como demostró el régimen soviético, aniquilando toda libertad obrera, nacionalizando toda la economía.

Para ella, con matices, todos los sistemas sociopolíticos y económicos se encaminaban a una suerte de capitalismo de Estado, una concentración de funciones en la maquinaria estatal, con el surgimiento de una nueva clase opresiva, la burocracia, así como la de los técnicos, es decir la opresión por la función, por encima del régimen de propiedad.

Simone Weil se mantuvo leal al principio de que la emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos, propugnando el fin del ejército, la policía y la burocracia permanentes. Criticó también el monopolio estatal de las armas, comprendiendo que la guerra siempre supondría la subordinación absoluta de los trabajadores al aparato represivo militar, viejo o nuevo, así como el monopolio de la ciencia y la técnica, que consideraba debían ser comprendidas por los obreros.

Defendió con ahínco la creación de una cultura obrera, con sus instituciones y valores propios, que preparase una revolución futura y más positiva, pese a su desconfianza creciente ante la idea de revolución, que llegó a considerar un mito dañino, como el del progreso, por cierto. Para esto se centraba en el sindicalismo, que consideraba el nuevo núcleo que debía preparar la futura sociedad de trabajadores libres y cooperativos, si bien con su agudeza habitual observó y criticó su creciente burocratización y pérdida de autonomía respecto a los partidos y los Estados.


Pensaba que el trabajo debía adquirir un sentido espiritual, pues lo consideraba una función superior, central en la vida humana, siempre que no siguiera siendo una actividad forzosa y subordinada, lo cual se incrementó con su conversión a un cristianismo libre y heterodoxo, que la acercó a la Iglesia católica, pero sin entrar jamás en ella, pues la consideraba lejana al verdadero cristianismo, que era según ella la religión de los esclavos, de la debilidad.

Fundamental en Simone Weil es la prioridad que da a las obligaciones o deberes hacia los seres humanos frente a los derechos, pues son estos deberes los que pueden garantizar los derechos, y que no queden, como podemos observar aún hoy, en papel mojado, en bellas palabras o consignas que no se cumplen, como el derecho al trabajo, a una vivienda o a una vida digna.

En fin que estamos ante un texto recomendable, uno más de los que nos acercan a una mujer extraordinaria, con sus sombras, por supuesto, como todo ser humano, pero cuyos análisis profundos, heterodoxos y rompedores, serían muy necesarios también en el mundo del hoy, ese mundo situado, como el suyo, en una grave crisis civilizacional, que se desmorona y que puede acabar en una carnicería militar aún peor, por el horror del armamento nuclear y de todo tipo, que la que padeció Simone hasta su muerte en 1943.


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