domingo, 3 de marzo de 2013

Sobre el naufragio de la izquierda y el Poder



 Escuchando hace poco tiempo a Fernández Tocho, dirigente reelegido de CCOO comentar que el nuevo paradigma tiene que ser, no el emprendedor, sino el asalariado, no pude evitar cierta sensación de tristeza y melancolía al ser consciente de la derrota total de la izquierda, el sindicalismo y lo que se llama el socialismo.  De su ausencia total de visión alternativa, de su desconocimiento y olvido de lo que fueron sus orígenes e ideas iniciales, y de su conformidad con la situación actual, con que las cosas no empeoren excesivamente.

Y es que de la vieja idea de la emancipación de los trabajadores, de la superación del asalariado como objetivo del movimiento obrero ya nada queda. Parece que ya sólo caben dos alternativas, la de ser empresario, o la de ser asalariado. La de contratar trabajadores o la de ser contratado. Y fuera de esto, parece que no hay nada posible .

Es decir, todo el pasado ha sido borrado, de Marx a sus oponentes anarquistas en la Internacional-de los proudhonianos a los seguidores de Bakunin-, convirtiéndose los supuestos herederos de esa tradición pasada en gestores del sistema dominante, en quienes de vez en cuando  dan discursos en defensa de la clase obera mientras en realidad la entregan atada de manos y pies al voraz Moloch capitalista que nos está triturando paso a paso. Y es que, por debajo de su retórica, , el ala izquierda política y sindical del  nuevo Movimiento Vertical en su multiplicidad de siglas y coloridos, las izquierdas son medio cuerpo de la Bestia, a ella sirven y de ella se mantienen, formando parte de la maquinaria que la sostiene, de Comités de Empresa hasta los Consejos de las Cajas, siendo financiados por esa banca a la que de vez en cuando critican para regocijo de sus adeptos.

Del ideal de una sociedad de trabajadores libres, nada o casi nada queda, como si esas ideas nunca hubieran existido. Pero no solo se nos está condenando a no ver más alternativa que el trabajo asalariado, sino que parece que también estamos condenados a tener que luchar por el capitalismo de consumo de antes de la crisis.

La sociedad actual, asfixiada y empobrecida lentamente, o, mejor dicho, más rápidamente de lo que nos imaginábamos por los recortes, parece que no tiene más ideal que intentar volver a la situación de antes de la crisis, al llamado capitalismo de bienestar, al consumo desenfrenado. Como si de aquellos polvos no vinieran estos lodos.

Con esto no queremos decir que no haya que protestar, o que tengamos que resignarnos a la situación. O que tengamos que aislarnos de la gente sencilla. No, nuestro lado está con la gente que sufre, pero no acríticamente. Debemos ser capaces de decir que si lo que se busca es volver a la situación de antes de la crisis-y, cuando escucho a los amigos y compañeros de izquierdas, que son casi todos, hablar, me da la sensación de que en el fondo eso es lo que se pretende, de que lo único que interesa es el aspecto económico, la pérdida de dinero, no las causas profundas de la crisis ni, por supuesto, si somos capaces de plantear otra cosa-, la batalla está perdida. A corto y medio plazo, no vamos a retornar al año 2006, por poner una fecha.

Tenemos que recordar que la izquierda ha gobernado el país muchos años. Y que en la destrucción del tejido productivo, del campo y sobre todo la industria, que se inició en los ochenta, participó activamente.

Es decir, por doloroso que sea reconocerlo para sus millones de votantes, en la creación de la sociedad de servicios, de consumo, de la vaciedad, del pelotazo, de la trituración de los valores humanos, ha sido fundamental, en mayor medida si cabe que las fuerzas derechistas, que se encontraron con casi todo el trabajo hecho y sólo tuvieron que rematar la faena.

Aquel partido de oportunistas, de ausentes de la lucha contra la tiranía, luego pasados a un antifranquismo muerto Franco,o sea el PSOE, fue la fuerza política favorita del capital, aquel que llevó adelante el plan de convertirnos en lo que era claro que nos convertiríamos cuando ese sistema económico de pies de barro cayera. En un erial, en un paisaje desolado donde millones de compatriotas acabarían en la intemperie, sin futuro ni esperanza.

Olvidadas las ideas originales, las izquierdas creyeron posible la existencia de un poder piramidal benévolo, que cuidaría eternamente de los ciudadanos. Pero se trata de una ficción engañosa. El Poder, como todo organismo, es un sistema que tiende a crecer, a desarrollar sus tentáculos, a usurpar las funciones que corresponderían a la sociedad, hasta ahogarla y anularla. Pero, ahora, el sistema ha colapsado y nosotros estamos anulados, pensando que la fiesta iba a ser eterna, y que siempre seríamos sostenidos, que no necesitaríamos de redes horizontales, de amor y cooperación entre iguales.

Las izquierdas, como las derechas, han contribuido a la trituración de lo humano, a la desolación actual. Por tanto, quienes anhelen volver  a ese pasado supuestamente dorado, donde en realidad se preparó el camino de nuestra destrucción, quienes sigan creyendo en la izquierda, sus partidos y sus sindicatos, nada lograrán, se encaminarán a un precipicio, pues, si eso es el ideal de las izquierdas, ¿para qué hacen falta éstas?.

La única forma de enfrentarse a los desalmados que ahora gobiernan, conservadores y liberales, con todos sus medios de comunicación-que son la casi totalidad- es lograr formar una nueva fuerza que se plantee salirse del sistema, que tenga el atrevimiento de pensar en la posibilidad de organizar una sociedad donde los individuos quieran dirigir sus vidas, no delegar siempre en otros y ser dominados. Donde la sociedad de consumo no sea el ideal, que aspire a terminar con el trabajo asalariado, que recupere los verdaderos valores humanos, la tradición del socialismo autogestionario.

De momento, poniendo los pies en el suelo y en el presente,lo que va viniendo es  la progresiva caída en el segundo mundo. Ya se escuchan voces que piden una reindustrialización, pues parece que las oligarquías que nos dirigen se han vuelto conscientes en el sentido de reconocer que la sociedad de servicios no es sostenible económicamente por más que sea positiva para sus objetivos de crear seres humanos sin valores sólidos, hedonistas que sólo piensan en los placeres materiales, en el dinero o la acumulación de propiedades.

Pero en países como el nuestro, donde no hay casi dinero, esa reindustrialización requeriría de inversores extranjeros. Y nadie da duros a pesetas, por lo que si logramos reconstruir el tejido productivo tan alegremente destruido por la clase dirigente, será a cambio de constituirnos en mano de obra barata. Es decir que de esquilmadores de otros pueblos, acabaremos siendo nosotros los esquilmados.

Y, aunque sea impopular y políticamente incorrecto decirlo, y no escuchemos a ningún político hablar de eso, ese es, tristemente, el futuro más probable, salvo que logremos dar un vuelco, cosa muy difícil.

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