Si algo caracteriza la situación actual es la falta de
visión alternativa a los acuciantes problemas planteados por la crisis
económica. Existen, cierto, algunos movimientos de protesta, y por supuesto
siempre será mejor algo que nada.
No obstante, conviene no ilusionarnos demasiado pues debemos
ser conscientes, no autoengañarnos, mirar la realidad de frente y aceptar que,
hoy por hoy, no hay esperanza, pues quienes se movilizan, en su gran mayoría ,
y volviendo a insistir en que no carecen de razones, lo hacen, en realidad, para
mantener la sociedad existente, o, mejor dicho, la sociedad existente antes de
la crisis, lo que denominaremos capitalismo de bienestar.
Salvando las distancias, tal situación no es totalmente
novedosa. En el Siglo XIX tuvimos las guerras entre carlistas y liberales, o
constitucionalistas. El bando carlista, o absolutista, terminó encontrando un
nada desdeñable apoyo campesino. Esto, que se ha interpretado como prueba del carácter
reaccionario y clerical del campesinado, debe ser muy matizado.
Y es que, aunque ocultado por la mayoría de los libros y
estudiosos, muchos campesinos se sumaron al carlismo porque la revolución liberal
destruía sus formas de vida; especialmente el liberalismo supuso la
expropiación de las tierras comunales para, una vez en manos del Estado,
privatizarlas, y así ir impulsando el capitalismo.
Ante tal ataque a su viejo sistema, que suponía empobrecerlos y expulsarlos indirectamente de los campos,una parte de los
campesinos se pasó o simpatizó con las filas carlistas, que consideraban los
menos malos, o el mal menor. Fácil es ver en esta actitud un grave error de
cálculo. En vez de crear una fuerza revolucionaria independiente de
absolutistas y liberales, para impulsar y recrear la vieja democracia concejil
y la propiedad comunal, los campesinos olvidaron que el absolutismo,
representado por los carlistas, también estaba en contra de su forma de
organización política, y son los que habían iniciado siglos atrás la
destrucción de su democracia y su propiedad común, si bien más lentamente,
frente a la velocidad de las expropiaciones que pretendían y aplicaban los
liberales.
De ahí vino su fracaso, del hecho de no ver que ellos debían
luchar por otra cosa. Porque, aún en el caso hipotético de un triunfo carlista, éste no habría supuesto nada positivo para ellos, se habría acabado por
destruir sus formas de organización política y económica, sumando a ello el rechazo de lo positivo de la
modernidad, el pensamiento científico y la laicidad.
Hoy, con ideologías diferentes, encontramos algo parecido.
La clase trabajadora, la que se ha creído que era clase media, la que miraba
por encima del hombro a los que ella consideraba que seguían siendo obreros, o,
por expresarlo en otras palabras, las clases medias en descomposición, en
proceso de empobrecimiento, aspiran a volver a los años de antes de la crisis.
Se ataca furibundamente a lo que llaman castas políticas,
financieras y demás, porque se sienten traicionados, porque sienten, o
advierten ,que pierden poder adquisitivo, porque su sueño de bienestar material
continuo, de progreso indefinido, se rompe.
Al igual que el viejo campesinado no quieren ver que la
situación actual es consecuencia del sistema que ellos añoran, que es su
desarrollo lógico, que todo era un castillo de arena, que el progreso infinito
es un cuento infantil, que tener como meta en la vida el vivir mejor es
encadenarse, y, cuando todo se viene abajo, condenarse a la más dura
intemperie, pues ya casi nada queda de solidaridad, de apoyo mutuo, de cohesión
social al ser la sociedad bienestarista una sociedad piramidal donde todo se
exigía a las alturas, olvidándose de los iguales.
Volver a la esperanza supondría reconocer que se ha seguido
un camino equivocado, que los valores dominantes nos han destruido, que se
necesita crear un nuevo pensamiento, unos nuevos valores, una nueva fuerza
revolucionaria que no siga atada a la mentalidad del bienestar material como
meta y fin de la vida.
Como eso, si somos honestos y no cerramos los ojos no lo
observamos, se puede decir que estamos, como los campesinos carlistas del siglo
XIX, condenados a la más dura derrota, y a esperar que nuevo tipo de
capitalismo-probablemente de subconsumo- tienen a bien ofrecernos las clases
dirigentes.
Y es que, como decía alguien, el hombre es el único animal
que tropieza dos veces en la misma piedra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario