viernes, 7 de febrero de 2014

Del desapego a la vida material y los deseos como vida libre

En las espiritualidades y filosofías orientales, desde el budismo al taoísmo, es frecuente encontrarse con una postura de rechazo a los deseos como ideal de vida a alcanzar, pues éstos son considerados la fuente principal de sufrimiento para los seres humanos, por las ataduras que crean y las insatisfacciones que causan, ora por no alcanzarlos, ora por buscar otros en una especie de carrera sin fin. El sabio, para ellos, entre otras cosas es la persona que logra derrotar los deseos y liberarse de su carga.

No obstante, en nuestra opinión, no deja de ser una contradicción la idea de perfección moral como alcanzar el estado de no deseo, pues, al fin y al cabo, desear no desear es, valga la redundancia, un deseo, por lo que nunca estaremos libres de desear.

Pese a esta idea, sí pensamos que una vida basada en el creciente desapego a los deseos materiales es un buen camino para lograr acercarse a una existencia más serena, más libre y más humana. Es decir que en los últimos tiempos, y cada vez de manera más fuerte, consideramos que la vida buena, aquella que impulsa nuestra condición humana, es la del creciente desarrollo de la conciencia moral, no la del desarrollo económico y tecnológico, lo que no implica la necesidad de la tecnología y de lograr un mínimo material que permita potenciar el desarrollo del Ser, de su conciencia, imposible o prácticamente imposible de lograr en una situación de gran penuria diaria, más allá de personalidades muy poderosas, que buscaban acercarse a los Dioses y prescindir de casi todo, como Diógenes y sus discípulos-algo no generalizable al conjunto social, aunque muy meritorio a nivel personal-.

Por tanto, para ensanchar poco a poco la conciencia moral y por consiguiente la libertad interior y exterior necesitaríamos, más que un rechazo en bloque de los deseos, luchar en nuestro interior, de la forma que cada uno estime conveniente, contra lo que nos degrada como seres humanos, fundamentalmente la búsqueda del reconocimiento, del prestigio, de la fama, del dinero, de las propiedades, del ascenso social, de la acumulación de parejas o relaciones sexuales, de la voluntad de poder...Frente al desapego hacia los deseos materiales, convendría fortalecer el apego a los deseos inmateriales, del bien a la amistad, el servicio al prójimo, la sencillez y modestia, el compartir entre otros muchos.

Venciendo lentamente las ataduras de los deseos materiales crece el desapego, por tanto, a la vida material, lo que ayuda a enfrentarse sin miedo a nuestra muerte. A aceptar, con normalidad, lo positivo de la brevedad de la vida. No dando excesiva importancia a nuestro caminar por la tierra logramos debilitar los temores, tanto a los otros, especialmente a los que ocupan una posición más alta en la jerarquía social, pues comprendemos que desaparecerán, como todo y todos, sin llevarse al Vacío eterno sus posesiones, títulos, billetes o poderes como a la disolución de nuestro amado Yo, nuestro amado Ego, que soñamos eterno.

Y es este apego al Ego, fuente de grandes desdichas, lo que se va resquebrajando cuando aceptamos alejarnos de la vida como búsqueda de riquezas materiales de diverso tipo, abrazamos nuestra pequeñez y a la muerte como descanso de las fatigas y dolores terrenales y hacemos de la vida un camino para lograr el progreso del bien.

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