Mucho está dando que hablar el triunfo de Trump, el Brexit y el ascenso de la nueva derecha populista, con el más que probable próximo éxito de Le Pen en Francia.
Como es habitual, son muy escasos los análisis de fondo del proceso, dominando la indignación, el insulto y el griterío de incomprensión. Pero para comprender el éxito del que llamaremos nacionalpopulismo, hay que tener en cuenta que responde, en lo más profundo, a un creciente alejamiento de los dogmas del progresismo, de esa especie de inquisición políticamente correcta, relativista y buenista, basada en unas pocas ideas fuerza, tales como el feminismo de Estado, la igualdad de toda cultura o religiosidad, el autoodio hacia Europa y sus tradiciones mientras se justifican las opresiones ajenas, la defensa de la inmigración masiva sin analizar sus consecuencias y a quién beneficia fundamentalmente-el capital local y trasnacional-, la centralidad de los discursos en defensa de las minorías, necesarios pero no hasta el extremo de hacer que las mayorías se sientan olvidadas y marginadas, especialmente parados y trabajadores pobres de los países-que somos creciente mayoría-.
Estos factores y otros, son los que pienso que están detrás de la descomposición en muchos lugares del izquierdismo, siendo absorbidos de manera creciente parte de sus votantes por las derechas populistas, que usan también un discurso social y que, si son inteligentes y se muestran contrarios al neoliberalismo, podrían provocar el desmoronamiento casi definitivo de las fuerzas de izquierda en numerosos países a corto y medio plazo.
Pero aunque esta reacción podría ser positiva en algún aspecto , como en rechazar el enfrentamiento impulsado por los poderes entre hombres y mujeres y una visión más alejada de relativismos varios, el nacionalpopulismo no supone nada esperanzador, pues no toca los problemas esenciales, no va a la raíz de los problemas, no pone en duda la dominación y la explotación, a lo sumo sueña de manera ingenua, como he dicho en varias ocasiones ,en que los jerarcas nacionales, alejados supuestamente de la globalización capitalista-otro mito insostenible, pues globalización capitalista y Estados nación van de la mano- se comportarán de manera mucho más solidaria con sus siervos nacionales, en vez de verlos como mano de obra.
La reacción populista personalmente se me asemejaría mucho a una especia de avaro que teme, porque observa la realidad, que su mundo de riquezas mengue progresivamente, señalando a los de fuera, en vez de ver que son fundamentalmente un sector de sus propios y queridos compatriotas los que le están robando la cartera, aliados con poderosos de fuera, cierto, pero con la evidente colaboración de los primeros.
Por otra parte hay que tener en cuenta la tendencia tan humana de pasar de un extremo a otro, de ser como péndulos, por lo que no descarto en absoluto que pasemos de la inquisición progresista, a una nueva, de corte ultraconservador, que provocaría el azuzamiento de conflictos interraciales, para alejar cualquier riesgo de creación de un colectivo popular fuerte, que vea las cosas claras y decida , por fin, enfrentarse al sistema, sin buscar enfrentamientos internos artificiales.
Por todo lo dicho, hay que romper amarras con el izquierdismo y el populismo, y plantear lo que podría llamarse cuarta postura. Ni capitalismo, ni comunismo, ni formas intermedias demagógicas y autoritarias varias.
Esa postura sería la comunal, la autogestionaria o autónoma de la sociedad frente al dominio de instituciones separadas de ella y grupos varios que se arrogan el poder de controlarla y dirigirla, desde la patronal a partidos políticos de todo signo y color.
La alternativa comunal debe ser capaz de equilibrar lo local y lo global, la propiedad privada individual o familiar y la comunitaria, la necesidad de aislamiento y de comunidad, la unidad y la diversidad, el campo y la ciudad así como integrar en la lucha a hombres y mujeres, mayorías y minorías sexuales y raciales.
Debe proponer la revolución sin ambages, pero entendida como una etapa más de un proceso, no como una ruptura total e inmediata de un día para otro que nos abre las puertas del paraíso. Debe promover la ética personal y el cambio en el interior de cada uno, junto con el político y económico.
Tiene que defender, por primera vez en decenios, el estar fuera de las instituciones, y por tanto debe arriesgarse a crear formas de sociedades paralelas en diversos aspectos, convivencia, producción, consumo, espiritualidad, ayuda mutua, pero federadas, con un objetivo y un plan, pues de lo contrario serán islotes sin influencia real-pese al riesgo, por aquello de la Ley de Hierro de la Oligarquía, es inevitable crear una organización, flexible, ajena a dogmas, manejada por las propias bases, de vocación universal, o con hermanas en los diversos países, que puedan, si llega el caso, actuar conjuntamente, con el claro objetivo de superar el Estado-nación-.
Hay que unir lo mejor del pasado y el presente. Frente a la fracasada forma de partido político-y el nuevo engaño que puede venir, del que he leído ya varios defensores en las redes sociales, el llamado partido-movimiento, supuesta mezcla positiva de ambos, y que no sería más que una copia del famoso Movimiento Nacional Franquista, o sea despotismo con ropaje diferente, de democracia participativa-, hay que volver a crear consejos,concejos, juntas o asambleas en el ámbito vecinal, municipal, laboral, ocio y demás. De lo contrario nunca caminaremos a una sociedad autónoma.
Debemos ofrecer una esperanza a la humanidad, pero una esperanza reflexiva, que no engañe con falsas salidas y caminos facilones que no llevan a ninguna parte, como los caudillismos y partidos varios que nos asolan.
La revolución comunal, por la igual libertad en todos los ámbitos, es el camino a abrir.
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