De la difícil y peligrosa situación en la que se mueve la humanidad, con la pobreza, las desigualdades crecientes, las guerras y las continuas amenazas y demostraciones de poderío militar para mostrar músculo a los enemigos, de todos esos terremotos que están hundiendo nuestros cimientos en medio de una aparente indiferencia general, una despreocupación resignada de que es lo normal, que el mundo siempre ha sido así; una ceguera voluntaria, un buscar falsas salidas, reducidas a votar a este o al otro charlatán de turno por si suena la flauta; una deprimente creencia en que el cambio lo puede traer un nuevo grupo de mandamases, y nosotros sólo vamos a tener que poner la mano para que llueva maná del cielo y la tierra; en medio, pues, de esta situación desesperante , toca reflexionar y analizando la historia ver qué fuerzas contrarias a las que nos aplastan harían falta para ir construyendo una resistencia real con potencialidad para dar un vuelco o, cuando menos, afrontar la maquinaria que se nos viene encima.
De un análisis muy somero saco en conclusión que nuestro estado de postración absoluta viene marcado por la destrucción de todo espíritu unificador. Nuestras sociedades se caracterizan por el enfrentamiento de todos contra todos, la división en compartimentos estancos, las luchas fragmentarias y sectoriales.
Mujeres contra hombres, blancos contra negros, religión contra religión, izquierda contra derecha, adultos frente a niños. En el lado de las teorías tenemos esa citada fragmentación, ese alejamiento de lo holístico: el feminismo, el ecologismo, el decrecimiento, centrados todos ellos en un aspecto, lo económico, lo ecológico, el tema mujer, entre otros. Al final, por otra parte todos ellos acaban absorbidos por el sistema, que los utiliza para favorecer ese enfrentamiento-parte del feminismo se ha convertido en un arma contra el hombre, al que se le culpabiliza de todo, rehuyendo la responsabilidad de la mujer en la opresión y la destrucción-, para crear buena conciencia verde y obviando que el primer ecosistema que se ha aniquilado es el humano, su vida interior y su libertad de pensar, de conciencia, por ejemplo, o creando ideas radicales pero que en general no van contra el sistema en su raíz, por lo que acaban siendo ideas inofensivas para consumo de la izquierda burguesa, que no comprende, por ejemplo, que un pobre, un precario, un parado, una persona que gana seiscientos euros de sueldo, por ejemplo, no va a sonarle nada positivo que le hablen del decrecimiento. El decrecimiento ya está en nuestras vidas, aplastándonos como una losa contra el suelo.
Todo este panorama desolador ha traído consigo la desaparición casi total de un imaginario realmente revolucionario y lo más preocupante, la falta casi total de una cosmovisión de hermandad universal, de que los problemas de fondo son similares a todos. Que lo que hasta hace pocos años veíamos como algo lejano, algo de los pobres negritos de África, por ejemplo, con nuestro paternalismo del que se sentía superior, siempre a salvo en su burbuja de prosperidad eterna, está entre nosotros,que ese futuro que creíamos luminoso se ha tornado obscuro como la boca del lobo.
Para poder empezar a asomar la cabeza y tomar aire se necesita encontrar ese espíritu unificador, como diría aquel brillante pensador, desconocido y desgraciadamente fallecido prontamente Gustav Landauer.
Ponía como ejemplo histórica la denostada por casi todos en esta horripilante modernidad que se las da de época superior a todas, Edad Media. Ciudades libres, guildas, propiedad comunal, asociaciones campesinas conformaban una comunidad de comunidades, una sociedad real, de vida activa y asociativa,federativa, de lo local a lo global, imperfecta pero de más hermandad, donde lo que la unía era el cristianismo, ese cristianismo era el espíritu que ligaba a los hombres.
Ahora, en Occidente, no existe tal espíritu. Las religiones, al menos hoy por hoy, han caído, por sus propios errores y horrores, cierto, aparte de por los avances de la ciencia. El problema es que ninguna ideología ha logrado crear ese espíritu, como pensaba Landauer que podría realizar el socialismo-libertario, en su visión-.
Si algo ha demostrado el siglo veinte es que las ideologías no son ese elemento de unión en positivo. Lo son y han sido de enfrentamiento, o de falsa unión basada en la coacción, en la centralización de poderes, como mostró la temible historia del socialismo o capitalismo de Estado, de Rusia a Cuba.
Por lo tanto esa Internacional del Espíritu de la que estamos huérfanos debe estar basada no en lo doctrinal, lo ideológico, sino en lo espiritual, lo filosófico entendido como alcanzar formas de vida individuales crecientemente elevadas. Para mí dos son las ideas claves de ese Espíritu, y es el amor y el desapego. El amor entendido en su verdedero sentido como sociedad hermanada donde se evita la dominación, la explotación, las desigualdades y autoridades artificiales, no tanto las naturales de la diversidad de dones o del conocimiento- siempre temporales, no fijas, en el segundo caso- pues en tal sociedad, y la nuestra es un ejemplo de ello llevado a su casi total perfección, reina el desamor y el odio o indiferencia de todos contra todos.
Y, junto al amor, el desapego, como escribía Huxley en El fin y los Medios. El desapego al lujo, la ambición de poder, de fama, de éxito, de posesiones materiales, de posiciones sociales, de la lujuria, de los deseos. El desapego del propio Yo y las cosas del mundo porque ha comprendido que hay una realidad última y superior. Que no tiene por qué ser un Dios, sino el Todo, esos lazos que nos unen al Cosmos y a todo ser viviente y objeto inanimado, de rocas a estrellas y que favorecería la unión de opuestos, lo individual y lo total, el todo y la parte, sin enfrentar lo uno a lo otro.
En ese terreno podrían encontrarse y trabajar en común desde hombres y mujeres creyentes- pero autocríticos con la historia y actuación de sus religiones, que reconocieran que deben volver a sus fuentes, la de sus escritos y tradiciones, para lograr un entendimiento correcto de ellas, alejados del servilismo tradicional de sus Iglesias y dirigentes a los poderosos -y agnósticos y ateos que a su vez reconozcan que nuestra sociedad aespiritual o antiespiritual, atea o agnóstica, nos ha vaciado interiormente y nos ha lanzado por una pendiente muy peligrosa de amoralidad donde ya prácticamente todo vale, donde todo está cada vez más mercantilizado, y la libertad real que prometían no se ha cumplido.
Esta Internacional del Espíritu sería enormemente poderosa pero quedaría manca si no va unida a una Internacional si se quiere más material. La Internacional obrera, la de los esclavos asalariados conscientes de su esclavitud, que como la Primera Internacional comprendiera la necesidad de compartir luchas y esfuerzos internacionales porque internacionales son los problemas e internacional es la opresión. Y que la emancipación es obra de los trabajadores mismos o no es.
Esta Internacional se sacudiría todas las teorías burguesas radicales que sólo confunden y distraen para ir a la raíz de los problemas, una raíz que ni los llamados radicales actuales mencionan. El trabajo asalariado como base del mal. No se puede aceptar con naturalidad ser mercancías u objetos que se compran y se venden. Reconocer que somos esclavos, es un paso decisivo para eso ,y mientras no se dé, no hay nada que hacer.
Esas dos Internacionales están por construir, o reconstruir, y su actuación conjunta es lo único que podría servir para afrontar nuestra pésima situación y para evitar esa falsa y temible salida que está tomando mucha fuerza en muchas personas bienintencionadas a izquierda y derecha: el Estado nación y su reclusión total en él, que sólo agravaría más las cosas, pues, como he escrito en varias ocasiones el estado nación va unido al enfrentamiento, al militarismo, al imperialismo, a la destrucción.
¿Utopía, sueño infantil?. Posiblemente, pero el realismo y pragmatismo actual nos acerca a la pesadilla o al sueño eterno para gran parte de la humanidad.
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