He tenido el placer de leer un interesante libro sobre uno de los acontecimientos revolucionarios del siglo XIX más recordados y sobre el que se ha escrito mucho: la Comuna Parisina de 1871 .
Pero el libro difiere de otros en que rompe con los esquemas dominantes que sobre este hecho se han publicado. Primero, lo desvincula totalmente del nacionalismo francés, de la construcción de la nación francesa. La revuelta rechazaba el nacionalismo y se puede decir que el patriotismo radicalmente, considerándolo algo burgués y negativo .
Su objetivo, frente al falso republicanismo universalista,que no pasaba de ser un imperialismo represor y militarista, era una República Universal-yo preferiría hablar, hoy, de Comuna Universal-. Y por otra parte la autora lo desvincula también del comunismo, del régimen soviético, al que no puede adscribirse, como sostienen algunos, pues la Comuna parisina apuntaba al desmantelamiento del Estado y la burocracia, no a un colectivismo burocrático y estatal, como se observa a lo largo del libro. El ideal de la Comuna era la libre asociación y cooperación.
Lo más interesante del texto de Kristin Ross, para mí, es la atención que presta a los artistas y las ideas que éstos desarrollaron en aquella efímera experiencia, que les llevó a crear una Federación. De hecho el título, lujo comunal, no debería entenderse como lujo en el sentido burgués que hoy entendemos, sino como el intento de los comuneros de colocar la creación artística, la belleza a todos los niveles, en el centro de la vida, rechazando, al contrario que hoy, las subvenciones estatales, haciendo bandera de la libertad total de expresión artística sin interferencias externas. De ahí la reconstrucción urbanística y arquitectónica repleta de belleza al alcance y al disfrute de todos que planeaban realizar. Eso es el llamado lujo comunal. Para ellos, con su defensa de una educación integral, un trabajador manual debía de ser capaz de escribir un libro, así como en su tiempo libre disfrutar del arte y las creaciones artísticas o científicas.
Es muy curiosa la anécdota que nos cuenta de un zapatero que defendía que su labor debía ser considerada arte, lo cual no me parece en absoluto descabellado, al fin y al cabo: ¿por qué no es posible concebir unos zapatos como algo bello, y al zapatero como un artista?.
Kristin Ross nos presenta distintos personajes conocidos de la historia de las ideas que participaron o fueron muy influidos por la revolución. Elisee Reclus y Kropotkin por los anarquistas, y Karl Marx, que se vio obligado a modificar sus ideas centralistas y estatistas ante la experiencia, y su idea de "progreso", considerando que quizás formas que él rechazaba de plano como el Mir ruso, u otras estructuras comunalistas supervivientes del pasado medieval, podían ser útiles, siempre que se actualizaran y se alejaran de su corporativismo o localismo estrecho en la futura revolución, coincidiendo con la visión de los libertarios.
También aparecen otras figuras muy interesantes y hoy prácticamente olvidadas, como William Morris, artesano que odiaba la Modernidad, y Luisa Michel con otras mujeres, que, al contrario de otras posteriores, fueron mucho más lúcidas, no cayendo en la trampa parlamentaria y sufragista como falso elemento emancipador. Su lucha se encaminó en la creación de cooperativas en las que trabajaran y se integraran las mujeres.
La derrota, la matanza, el exilio, la supervivencia, la reflexión sobre la experiencia, los debates entre ellos, marcan la parte final del texto.
En Lujo Comunal, y ello se advierte desde el principio, no se hace un balance de aciertos y errores, ni aparece ninguna cronología de los acontecimientos. Se escuchan las voces de los participantes, sus ideales, sus objetivos, la influencia en sus vidas y los cambios o reafirmaciones que esta revuelta produjo en ellos.
Sin embargo, si tengo que ser sincero, la sensación que me queda al cerrar el libro es de melancolía, frustración y derrota. Ver lo que latía detrás, especialmente esa idea central de la belleza, llevarla a todos lados y a todas las vidas, el desmantelamiento del estado, el rechazo del nacionalismo pero sin centrarse ni caer en localismos municipales, sino pretendiendo abarcar la tierra entera en una especie de Comuna de Comunas; todo ello está muy por encima de los ideales y sueños actuales, de los tecnólatras apegados a múltiples cachivaches tecnológicos, habitantes de sociedades escolarizadas.
Sueños que entremezclan votar y poner el cazo, esperando la salvación por el Estado, por el Partido, con un retorno al egoísmo mezquino, a la estrechez de miras, a la xenofobia, a la división y enfrentamiento de los explotados y oprimidos, del nacionalismo, del localismo estrecho, creyendo que esa mierda pinchada en un palo es la alternativa a la globalización capitalista.
Y así nos va, caminando entre derrotas continuas y, en vez de desmantelar el Estado y el Capital, siendo desmantelados como sociedad e individuos por ambas fuerzas demoniacas.
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