La editorial Herder vuelve a publicar una obra de uno de los filósofos cuyos ensayos llegan más al lector, varios de cuyos libros por cierto hemos comentado en este blog. Se trata de La sociedad del cansancio, y el autor Byung-Chul Han.
La tesis central es que el exceso de positividad, como nuevo paradigma de nuestra sociedad, está produciendo esa sociedad del cansancio, con una extensión de enfermedades y trastornos psicológicos y neurológicos como la depresión, la hiperactividad o el burnout, entre otros. Este nuevo paradigma enfermizo de la positividad vendría simbolizado en el famoso Yes, we can.
Este eslogan nos hace creer que no tenemos límites, que todo es posible, que podemos con todo .Todo es cuestión, se nos dice, de fuerza de voluntad, de esfuerzo. Esto provoca el fenómeno de la autoexplotación, creando una sociedad de individuos que caen en el agotamiento, la frustración, el cansancio; es, por tanto, una sociedad de seres que se autodestruyen psicológicamente, donde la coacción externa desaparece y, por tanto, la vieja sociedad disciplinaria es sustituida por la coacción interior.
Explotador y explotado, opresor y oprimido, se confunden en el propio individuo, según Han. Lo que él llama sociedad del rendimiento neoliberal produce, entre otras consecuencias, la aniquilación de la atención profunda y la contemplación, así como el aburrimiento, favorecedor de la actividad creativa, de la relajación espiritual y su sustitución por la hipercomunicación, la agitación incesante, la actividad constante, considerados como la forma natural de estar en la vida.
En la reciente sociedad del rendimiento, donde incluso la festividad en su sentido original de tiempo en que se abre un acceso a lo divino, es decir se celebra, se está entre los dioses y se vuelve uno divino jugando, ha desaparecido, y ésta no es ahora más una continuación del tiempo de producción y consumo, una obligación de realizar una actividad incesante sin sentido , como por ejemplo el turismo, la salud física es convertida en nueva diosa, al haber sido liquidada toda idea de trascendencia.
Por eso el autor, en lo que es para mí una imagen brillante y tétrica a la vez de nuestras vidas, nos define como muertos vivientes. Demasiado vitales para estar muertos, demasiado muertos para estar vivos. En nuestras manos está, sin embargo, retomar el camino de una vida auténtica, una vida con sentido, una vida que ponga en el centro la contemplación, la belleza, lo trascendente; es decir, lo que nos hace humanos.
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