domingo, 24 de enero de 2021

El padre

 Brillante, talentosa, bella, trágica y oscura, como una noche iluminada por una luna llena en medio de un bosque lleno de susurros  y ruidos que aterran, El padre muestra, desde la propia persona que lo sufre, el deterioro progresivo de una mente.

La desaparición progresiva, devorada fragmento a fragmento, recuerdo a recuerdo, sentimiento tras sentimiento de lo que constituye la verdadera vida de las personas, sus recuerdos, la realidad vivida, ese coctel de triunfos, en general pequeños y breves como el verano, con los fracasos, en general largos como nuestro invierno de pandemia. 



Vemos como avanza, cual hiedra que se extendiera progresivamente desde los pies al último pelo de una persona, la demencia en un anciano antaño genial, que asiste entre asustado, atónito, y, en momentos de lucidez sarcástico y hosco, al olvido de sí y su mundo, su familia y sus objetos, esa proyección de nosotros mismos a los que nos aferramos y amamos, aunque sea en un grado inferior al de los seres humanos que nos dieron algo, o mucho, de calor. A la caída en un reino ignoto, quizá más vegetal y mineral que humano, aunque con renacimientos que solo provocan más dolor, que ahondan la herida infligida, fogonazos de lucidez antes de que una niebla de tonalidad negruzca invada la conciencia por tiempo indefinido, sin distinguir ya realidad de ficción, sueños de materia.

Y el dilema moral de la hija, el de toda persona aun sana y erguida, que oscila entre un amor filial y una vida propia, un atarse a un ser sufriente que ya no es el que siempre ha estado ahí, sino un absoluto desconocido, de mirada que atraviesa todo sin detenerse en nada, como imagen fantasmal congelada en el tiempo o buscar su felicidad, continuar su vida.

Y hemos de agradecer a El padre que no busque el recurso a la lágrima fácil, sino que se limite a mostrar una decadencia que puede ser la que nos agarre a cualquiera de nosotros, en cualquier esquina de este agridulce mundo, de esta vida que, por más que queramos no pensar en ello, debiera ser, fundamentalmente, una preparación a la muerte, a una extinción tras la que nada nos llevaremos, quedando nuestras luchas y esfuerzos en vanos y estériles movimientos, como los de un ahogado sin esperanza de salvación, que descubre la verdad cruda de las cosas, el engaño en que ha vivido,  cuando no hay marcha atrás.

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