domingo, 31 de enero de 2021

Somos revolucionarios a nuestro pesar. Textos pioneros de ecología política

 He tenido ocasión de leer recientemente un libro muy interesante de dos pensadores franceses prácticamente desconocidos para el gran público que comenzaron su andadura en los años treinta del siglo pasado, falleciendo en los noventa.

Y es que uno tiene una aguda predilección por los intelectuales marginales, aquellos que pensaban independiente y libremente, sin ataduras a grandes escuelas, a las escuelas de moda del momento, a las que se adscribían y adscriben hoy muchos hombres y mujeres del mandarinato de prensa, televisiones y medios diversos, buscando sombra, carantoñas complacientes y cobijo de partidos, dirigentes políticos y grandes empresarios, de todos los colores y sabores.

Antaño, en la época juvenil de Ellul y Charbonneau, eran fascistas, comunistas y liberales .Ambos tuvieron el mérito, como refleja el libro Somos revolucionarios a nuestro pesar, de identificar las similitudes entre los tres sistemas: el culto a la producción, al trabajo esclavo, a la tecnología, al beneficio, a la acumulación, al gigantismo.

Grandes ciudades, grandes Estados, grandes fábricas. Productivismo, eficiencia, velocidad. Factores que los unían. Nuestros dos herejes defendían, en tiempos de totalitarismo evidente, la individualidad, la persona .De hecho formaron parte un tiempo de la corriente personalista, de la que se separaron más tarde. Calidad frente a cantidad. Individuo frente a colectivo asfixiante. Lo humano como base frente a la idolatría a la técnica.

Nuestra civilización era-es-, esclava de sus realizaciones técnicas. Ha perdido el control de ellas, y éstas, en parte, se han vuelto liberticidas .Su proyecto revolucionario sostenía una civilización a escala humana, descentralizada, federalista, de mejora y perfección interior, de dar más espacio e importancia a la vida interna. Y frente a los proyectos de conquista del poder, el personalismo optaba por generar contrasociedades con formas y estilos de vida diferentes.

Y en contacto con la naturaleza .En este sentido se les considera precursores del ecologismo político. Si bien su ecologismo no era esencialista, ni místico. Pensaban que tanto un exceso de civilización como de naturaleza, era pernicioso. Estaban lejos del mito del buen salvaje, ni se adscribieron al discurso de la extrema derecha de la época de retorno a la tierra. El hombre, se puede decir, es un ser con un pie dentro y otro fuera de la naturaleza .

Su ecologismo es, por tanto, plenamente humanista, libertario, antiautoritario, de ahí la bella expresión de uno de ellos: no es un domingo en el campo lo que necesitamos, sino una vida menos artificial. Y, estoy convencido, si conocieran el ecologismo hoy, sus partidos políticos puramente oportunistas-ellos rechazaban la forma partido-, su uso por las autoridades estatales y capitalistas para fines oscuros, su centralidad en unas llamadas tecnologías limpias, olvidando  o dejando en segundo lugar bosques, selvas, mares, ríos, lo criticarían con feroz indignación.



Con el tiempo, el sistema lo absorbe todo, y antiguas ideas de cambio revolucionario se convierten en modas del poder, vaciadas de cualquier espíritu revolucionario .Preparadas para consumo "sostenible"de todos nosotros, los desventurados habitantes de la modernidad tardía y decadente, la de las mercancías alimentadas por mercancías, algunas de apariencia transgresora, preparadas para aquellos que se sienten rebeldes .Como recordarán los de mi generación: "si eres joven y rebelde, coca cola te comprende".

Es el tiempo en que estamos, no obstante, aún podemos leer textos de pensadores escondidos en el sótano a los que, si abrimos las puertas, nos pueden ayudar a mantener  una pequeña llama de rebeldía indómita, de naturaleza salvaje, de aullidos melancólicos de lobos en retirada pero que no se resignan a ser exterminados, esperando un despiste, un cortocircuito, para lanzarse cualquier noche invernal a correr cual sombras temibles, cual amenaza de fuego destructor,  por nuestras calles muertas de conformismo civilizatorio, de tecnologías de fealdad metálica y sin estética,  como nuestras  lámparas urbanas, sin la belleza fulgurante de las imperfecciones y de las imperfectas y creadoras  manos humanas, sino con la horripilancia monocorde y sin alma de las máquinas.

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