domingo, 20 de abril de 2014

Ni materialismo, ni religión: hacia una laicidad espiritual

Normalmente suele pensarse en el antagonismo entre materialismo y religiosidad, entre una visión que tiene la materia como esencial en la vida, derivando la conciencia o “espíritu” de ella y quienes sostienen la primacía de la llamada parte espiritual o alma, fundamentalmente las religiones. Esta idea generalizada no es totalmente exacta, pues existen religiones no teístas y que no creen en un alma inmortal e individual y por otra parte desde posturas filosóficas como el platonismo o neoplatonismo, siendo Plotino su mayor representante, se ha defendido la sumisión total del cuerpo al espíritu.

No obstante, para no complicarnos, aceptaremos en este texto tal división entre materialismo y religión, entre primacía de lo físico o de lo espiritual.

Para nosotros, sin embargo, las cosmovisiones materialistas y religiosas de la vida-sin caer en la generalización ni en la demonización de unas y otras- comparten elementos comunes, y estos elementos son el de la opresión, la alienación y la deshumanización.

Con planteamientos opuestos, materialismo y religión contribuyen a esclavizar al hombre, a cosificarlo, al reducir o destruir una parte de su naturaleza, bien la material, bien la espiritual o la de la conciencia.
Si estudiamos la historia de las religiones, especialmente la de los monoteísmos, observamos como pasaron pronto de, sobre todo en el caso del cristianismo, ideales con un componente liberador, hablando del amor al prójimo, de la comunidad de bienes, de la misericordia… a convertirse en elemento opresivo y justificador de las injusticias tanto de las propias Iglesias como del poder secular, colaborando con Reyes, Príncipes y demás figuras que, a lo largo de la historia se han dedicado a someter al pueblo a sus intereses, si bien es cierto que cada poco tiempo surgían corrientes que rechazaban esta deformación de sus principios originales.

La idea de un Dios único y verdadero, llevaba en sí el germen de la deriva fanática, lo que provocó la persecución a otras creencias religiosas y las famosas guerras de religión, Cruzadas, quema de herejes y brujas… Y es que la fe,  entendida como la creencia ciega en algo, sin reflexión, sin pruebas, sin experimentación, corroe el librepensamiento, dificulta el uso de la razón y el pensamiento autónomo, contribuyendo a crear mentalidades fundamentalistas y represivas.

La primacía absoluta dada a la supuesta vida en el Más Allá, la crítica al cuerpo y sus necesidades trajo consigo un rechazo de la sexualidad, vista como elemento solo procreador, y no como algo natural, que puede incluir, o no, la procreación.

Como rechazo a este estado de cosas se desarrolló una concepción materialista de la vida, que desde la Ilustración a otros ideales posteriores, pretendía libertar mentes y cuerpos.

Paradójicamente la concepción materialista de la vida, como la del cristianismo, también ha degenerado al extremo de vaciar las sociedades en que ha triunfado de todo sentido elevado de existencia, ha atomizado las comunidades humanas rompiendo la solidaridad y la cooperación entre sus miembros al fomentar los valores del hedonismo, la búsqueda del éxito, el economicismo, el amor a la propiedad y a las riquezas materiales, al bienestar material olvidando el espiritual, ha glorificado la búsqueda de los placeres sensuales, convirtiendo a las gentes en esclavos de los sucesivos productos tecnológicos que van apareciendo en el mercado, de las diversas modas que venden las televisiones y medios de comunicación.

En una palabra, el materialismo reinante y triunfante de las llamadas sociedades del bienestar ha reducido la libertad en su verdadero sentido de reflexión, deliberación y participación en el gobierno de la Polis por la búsqueda de sucedáneos materiales, ha liquidado lo positivo de una visión más espiritual de la existencia: el apoyo mutuo, la virtud, la amistad, la creencia en un ideario emancipativo-sustituido por el pensamiento alternativo simplista, basado en creer que el cambio social lo van a traer cambios mínimos, en Leyes o Constituciones y /o en nuevas siglas o dirigentes, obviando el cambio interior- los deberes hacia el prójimo, hacia el igual, sustituido por el culto a los derechos-lo que implica aceptar la situación de sujeción o dependencia respecto a los mandarines actuales a los que se exigen migajas-el progreso moral, la cultura como elemento de transformación y pensamiento propio, frente a la cultura entendida como producto de consumo o mera adquisición de ciertos conocimientos teóricos creados por la casta dirigente para su beneficio, la vida noble, la búsqueda del bien y la bondad, el rechazo a la voluntad de poder y la competitividad, la austeridad , la riqueza inmaterial y un largo etcétera.

La República Materialista del Occidente decadente ha cosificado al hombre, convirtiéndonos en un rebaño dócil con las alturas y en lucha con los iguales, sin más meta que reconstruir la sociedad de consumo y bienestar, aunque tal lucha sin futuro la disfrace bajo banderas y etiquetas izquierdistas.  Lo que explica la ausencia de todo movimiento revolucionario o fuerza antisistema seria, limitándonos a salir en procesiones laicas sabatinas a manifestar el descontento.

Por tanto, si queremos abrir un nuevo sendero, levantar una nueva civilización, debemos aprender de los errores del pasado. Y, frente a la alienación de las visiones religiosas y materialistas de la existencia, ser capaces de defender un esquema que una laicidad y espiritualidad.

Contra la espiritualidad y el materialismo torcidos, la conciencia moral debe ser guía y motor de nuestro fugaz paso por el mundo, pues es lo que favorece la eclosión de ideas más bellas y elevadas, la posibilidad de resistir y, llegado el caso vencer al Orden inhumano que amenaza con destruirnos en nuestra esencia. Esto, claro, debe ir unido a la aceptación del cuerpo, sus necesidades y deseos-no descontrolados-, para evitar caer en el sombrío fanatismo religioso, pero, aunque suene carca y risible, no es éste el que debe regirnos, sino que siguiendo a los viejos maestros es el bienestar inmaterial y el progreso moral, unido a la templanza y moderación en la búsqueda de los placeres materiales y corporales lo que logrará acercarnos a una vida realmente humana y a la consecución de los bienes materiales necesarios para la vida.

Es el desenfreno en la búsqueda de lo material y en los placeres menos elevados la esencia del capitalismo. Quien y quienes no lo comprendan así nos condenan a seguir atados al sistema y a continuar siendo dominados por los objetos y en última instancia las personas que los crean y controlan.
De su no entendimiento viene, para nosotros,la raíz profunda del fracaso antiguo y moderno de las izquierdas, del socialismo, de los nuevos movimientos sociales.

Urge, por tanto, pensar en una laicidad espiritual.


No hay comentarios:

Publicar un comentario