lunes, 31 de diciembre de 2018

Calígula

Magníficamente interpretada, profunda y densa, en mi opinión excesivamente, pues es fácil perder el hilo de los argumentos, Calígula, obra del legendario Albert Camus nos acerca y a la vez  intenta comprender la aparente locura nihilista del famoso por su crueldad emperador Cayo, conocido por la historia como Calígula.

Un joven de alma idealista y bella, según el texto, tras la muerte de su amante, se hunde en la desesperación y, aprovechando el poder absoluto que le brinda el cargo, se transforma en un sádico capaz de los peores crímenes y vicios. Quien inicialmente quiere alcanzar la luna, llevar la felicidad, la igualdad y la libertad al pueblo, aún a la fuerza, acaba desatando una locura homicida sobre su entorno.

Sus constantes cavilaciones le llevan a abrazar la idea de que todos los hombres mueren y son infelices. Y decide aplicar finalmente esta lógica llevada a un extremo nihilista: nadie está a salvo en su reinado, sólo el será el único hombre libre sobre el mundo, sin límites morales, éticos o legislativos. La libertad absoluta, por tanto, es la libertad del crimen, idea camusiana que puede leerse en otra de sus obras posteriores, El Hombre Rebelde. La utopía, la rebeldía, controlados por el espíritu nihilista, ese espíritu que lanza al vacío cualquier idea de límites morales, de límites de sentido común entre lo que es posible, es hacedero de acuerdo a la naturaleza humana y lo que no, porque no somos seres perfectos, no somos máquinas, santos ni ángeles, acaba convertida en una máquina trituradora de almas, de cuerpos.




Calígula puede entenderse, por tanto, como una denuncia de los regímenes totalitarios que arrasaron nuestro continente en los años treinta y cuarenta. Pero también puede entenderse como una defensa de la ética, como una interrogación sobre si ésta es posible si se niega toda idea de Dios, o de trascendencia, o de algo que vaya más allá de lo meramente humano. Incluso no creyendo en nada divino, aún admitiendo que la vida es absurda, al ser la muerte y la infelicidad el destino de nuestro paso por esta tierra, Camus se sitúa al lado de la admisión de la idea de límite, de respeto del individuo, su vida y su dignidad.

La obra, que se podía ver en el Teatro María Guerrero, no sólo se queda en eso, también denuncia a quienes rodeando a los poderosos, haciendo gala de su honestidad, de ser hombres de principios, cuerdos y honorables, le sostienen y apoyan largo tiempo, haciéndose cómplices de sus matanzas y delirios, buscando, en el fondo, mantener sus riquezas, sus posesiones, sus cargos.

Para algunos, además del defecto citado inicialmente, el de los diálogos y monólogos extremadamente profundos y complejos de seguir, otro elemento que se puede criticar es el intento de Camus de entender al personaje, sus motivaciones, todos ellos procedentes de un fondo de amargura ante la vida, ante la condición humana. Sin embargo, reflexionando ahora sobre el texto comprendo que las mejores obras son las que intentan aproximarse lo más  posible al interior de las almas, para intentar alejarse de la recreación de personajes monocolores: totalmente obscuros, o totalmente luminosos. Si bien creo que este intento de comprender, que no justificar, al emperador, resulta extremadamente forzado por su intelectualismo.

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